Paseamos y cantamos. Teníamos el mejor acompañamiento posible: las olas del mar ronroneaban a nuestra izquierda y, pese al frío, el ambiente fue perfecto para sacar la voz y confesar verdades escondidas.
Decidí salir de mi estanque de prejuicios y vergüenza; lo intenté, mientras él me miraba enigmático. Sé que se rió, conmigo, pero en ningún momento dejó que me rindiera. Probamos en español, en italiano; cuando lo miré buscando apoyo, me respondió que no era un dúo.
Gracias por sacarme del cascarón. Por volver, por dejarme estar, por hacerme entender. Por comprender y no forzar.
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