martes, 9 de julio de 2013

¡oh!

Tengo muchos defectos, y es normal. Todos tenemos defectos. Algunos son defectos malos, de esos que prometes trabajar al sonido de las doce campanadas, cada año. Otros son... excentricidades, manías tontas, cosas que me hacen un poco más yo pero que no son necesariamente agradables. Por último, están otro tipo de acciones que repito aunque me hayan dado mal resultado, aunque me hayan hecho sufrir. Son, como los miedos, de tipo irracional y están, como los miedos, arraigados en mi personalidad. Como los miedos, me enfrentan a fantasmas y se empeñan en torturarme cuando he decidido irme a la cama; sin ellos no sería yo, pero quizás llegaría a quererme mejor.
Yo los llamo defectos porque una vez me dijeron que cuando le ponías nombre a las cosas las identificabas y que así era más sencillo lidiar con ellas. Yo creo en la gente. Creo en muchas personas, y las quiero. Y las personas, que tienen defectos, decepcionan. Se cansan de ser buenos y de hablar, de explicar y compartir. O tienen miedo, y no saben cómo hacerlo, y desconfían, y nadie entiende. Pero al final del día, todos cerramos los ojos y volvemos a ser personas, con sentimientos, afinidades, amistades, ambiciones.
Y sale el sol y todos abrimos los ojos y nos enfrentamos al mundo como mejor podemos. Porque somos personas, con defectos y virtudes. Cuando veo algo bueno en alguien, me cuesta mucho dejar que los defectos se cuelen en el lienzo. Cuando me hacen daño, pido perdón y lloro; a veces, pido explicaciones. Cerrar puertas no me gusta, no es mi estilo, me parece feo. Soy como esos niños que se reconciliarían con el monstruo de debajo de su cama (porque, si no, ¿para qué dejas esa luz encendida?).

Pero, a veces, nada de esto tiene sentido. Y las frases se alargan y me faltan las comas. Y yo también tengo un lado oscuro y apago todas las luces y cierro todas las puertas. Y no quiero a nadie. Nada de nadie. Ni a mi. Y nadie me entiende, o si, pero a mi me da lo mismo porque yo no quiero que nadie me entienda. Y sufro sin motivo y no quiero abrir los ojos, ni cerrarlos. Y pasan los días, y solo puedo agradecer que todos tengamos un lado oscuro porque, cuando me decido a salir, de nuevo, ahí están las personas a las que quiero, y que me quieren. Y que me entienden, y que no preguntan nada ni piden nada.
Y los defectos salen y nos reímos de ellos, y ahuyentamos las pesadillas a golpe de risa y miradas cálidas y volvemos a encender la luz de la mesilla porque sabemos que otros monstruos pueden haber cogido nuestro sitio en la sombra,

y porque nunca es tarde cuando quieres de verdad.

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