viernes, 10 de mayo de 2013

Hoy he aprendido algo que ya sabía.

Cuando era pequeña me costaba mucho dormir, así que mi madre se inventó todas las maneras posibles de distraerme para que cogiera el sueño. Me leía, me cantaba, se metía conmigo en la cama, me ponía música,... pero nada hacía efecto. Hoy, mis problemas de sueño se arreglan con valeriana y un antifaz, pero conservo un mal recuerdo de aquella época porque mi madre me leía, pero se iba antes de que me quedara dormida. Cuando, al levantarse de la cama se daba cuenta de que yo aún seguía despierta, me decía que volvería en un segundo, pero nunca volvía, y yo sentía una terrible sensación de abandono. Recuerdo también que fue por aquellos días cuando empecé a devorar libros: por mis manitas pasaron las colecciones de Disney, Pesadillas, adaptaciones de novelas clásicas y recopilaciones de cómics. De aquella ya tenía carnet para ir a la biblioteca y uno de mis mejores regalos de comunión, fueron libros. Fue una época dorada y feliz para mi yo lector.
No hace tanto, un buen amigo sugirió que mi actitud se explicaba a partir del miedo a sentirme no-querida, abandonada. Que la manera en que trato a los demás, del hecho de ser paciente y estar siempre disponible subyacía una necesidad de sentirme necesitada, ser útil y estar activa para sentirme parte de algo y no tener que enfrentarme a mis problemas. Lo que la mayoría de las personas usan como vía de escape, para mi es algo igualmente inconsciente, pero arraigado a mi personalidad.
Claro que esto no es algo estable. Cuando estoy sometida a una gran presión las cosas no funcionan como deberían y te ves a ti mismo reaccionando de maneras "que no te pegan": de repente ya no sabes quién eres, porque tus hechos y tus "valores" han dejado de ir de la mano, y flipas. Pasa el tiempo y todo se normaliza, te alejas de la situación y lo analizas todo de una forma objetiva; en mi caso, pasó el tiempo y me di cuenta de que mis amigos no son muñecas de porcelana y que me quieren por lo que soy, neurótica o agradable, disponible o de mala gana, porque saben ver más allá cuando yo ya no veo nada. Ese momento cambió muchas cosas: ahora sé que puedo confiar en los demás.
Pero, aún llegada a ese punto, nada pasa de un día para otro. Todavía hoy, el hecho de que un amigo "desaparezca" un par de días me alarma y lo peor es que mi primer pensamiento no es "qué le habrá pasado" o "seguro que necesita desconectar, es normal, confía en mi y si le puedo ser de ayuda sabrá buscarme, o dejarse encontrar", no. Mi primer pensamiento es si habré hecho algo para ofenderle, si estará enfadado conmigo por esa broma tonta .
Lo que he aprendido hoy que ya sabía es que todos tenemos derecho a desaparecer, todos tenemos derecho a una segunda oportunidad (y a una tercera), todos tenemos derecho a volver (con explicación o sin ella, a las dos semanas o pasados los años). Porque cada persona es un mundo, reacciona de una manera, vive, siente y piensa de una manera única. Y el amor, el amor sincero, el de verdad, es eso: es sentirte resguardado cuando ni tú mismo sabes lo que estás haciendo, es encontrar una mirada amiga al reconocer tu piromanía y que nadie te juzgue cuando vuelves cabizbajo, a entregar la caja vacía de cerillas.

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