domingo, 11 de noviembre de 2012

temps

Hace unos días rompí un vaso. Se me calló de la cama, donde lo había dejado después de beberme el zumo. Mucha gente rompe muchos vasos todos los días. Mi vaso, además de roto, se quedó olvidado en el suelo de mi habitación. Aquella mañana las sábanas se me habían pegado más que de costumbre y no me daba tiempo a recoger y llegar a clase, así que no hice nada. El vaso se quedó ahí esa mañana, esa tarde, esa noche, y al día siguiente, y al otro, y al otro. El vaso se quedó en el suelo, como tantas otras cosas (ropa, apuntes, bolígrafos).

Es increíble como lo que no hacemos refleja nuestro estado anímico, nuestra forma de sentir, la autoestima que nos tenemos. Mi vaso roto ha estado en el suelo hasta hoy, que me he dignado a barrer y recoger toda la habitación. De igual manera, mi vida también tiene algún vaso roto: son personas o situaciones que me hacen daño (porque yo siempre ando descalza y el cristal no se lleva bien con la piel). Es curioso ver que, a veces, cuando estamos muy muy tristes, no tenemos fuerza para querernos y cuidarnos, para coger una escoba y retirar todos esos trocitos que pueden cortarnos y hacernos mucho mal.
Menos mal que, como bien dijo María, nadie está mal toda la vida.

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