martes, 4 de septiembre de 2012

Pasamos por todo. 21 o 50, las personas no dejamos de sentir nunca, y sentimos mucho. Por la cabeza nos pasan la soledad y la tristeza; la alegría, el dolor, la rabia, la felicidad, la plenitud, la ansiedad. Normalmente encontramos momento para muchos de estos estados a lo largo del día; a veces, incluso, nos da tiempo a confundirnos y pensar de más: inventamos historias fundamentadas sobre esa nada que nos rodea casi todo el tiempo, y nos las creemos.


Últimamente me invaden sensaciones no muy positivas; diría más bien malas. Una buena amiga, de esas que no son y nunca serán cualquiera, me dijo que había aprendido hacía mucho que nadie es imprescindible. Pensándolo bien, la vida me ha demostrado, no sin dolor, que tiene más razón de la que me gustaría darle; el pilar más férreo puede caer cuando menos te lo esperas, y la vida sigue.

Llámame tonta, pero creo que tenemos algún mecanismo que nos hace olvidar el dolor que algún día nos frió los nervios; quiero creer que es así, que lo necesitamos para seguir viviendo, que es esta razón la que justifica mi manera de actuar, de seguir creyendo en los demás como si nunca hubiera derramado una lágrima.



Tú quizás no lo recuerdes.
Cuando nos conocimos nada apuntaba a esto,
o a lo mejor sí.

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