viernes, 11 de noviembre de 2011

Personas. Nos pasamos el día rodeados de personas que van y vienen. Se paran, hablan, siguen, entran, salen, ríen, lloran. A algunas de esas personas las conocemos; a la gran mayoría, no. De ese pequeño porcentaje, la gran mayoría entra en la vaga categoría de "compañero, amigo de amigo o, simplemente, conocido". ¿Y qué es eso? Pues se trata de gente que sabe como te llamas y estima la edad que tienes; le suena lo que estudias y le sorprenden tus nuevas gafas, pero no te lo dice porque no le importa lo más mínimo (ni a ti tampoco). Con esas personas, a las que te unen lazos muy concretos, hablas del tiempo a la vez que repites con entusiasmo que tu vida es "maravillosa, maravillosa". Es un engaño pactado, una felicidad fingida y recíproca que tiene como objeto no levantar dolores en la cabeza ajena y dejarte con la sensación de que todo sigue como estaba.

Del ínfimo porcentaje restante, con esos cuatro a los que llamamos "amigos", la cosa es distinta. Tus amigos siempre han estado ahí, o puede que no, pero para ti es como si hubieran nacido contigo y, definitivamente, no sabes ni te gustaría aprender a vivir sin ellos. Esta pequeña minoría tiene la capacidad, que yo llamaría virtud, de conocerte mejor que tú mismo (y, definitivamente, mucho mejor que tu madre, que hace años que no sabe quien eres ni a donde vas cuando sales de casa). Si hiciera falta, removerían cielo y tierra para averiguar tu talla de sujetador. Saben que odias ciertas cosas y que adoras otras: que una llamada puede hacerte revivir, que no solo comes chocolate porque sustituya al sexo, que una película de fondo le da gracia a una conversación de besugos, que te gustan los detalles hechos con el corazón y no con la cartera. Que eres tonta del culo y te comes mucho la cabeza, que te enamoras sin pensar en las consecuencias, que un día estás bien y al siguiente mal, que no soportas el egoísmo, el desprecio, la ignorancia premeditada. Son individuos a los que a lo mejor no ves muy a menudo, o sin los que no podrías pasar tres horas, todo depende. Son, sin más etiquetas, la gente a la que quieres y te quiere; a la que soportas y te soporta; a la que mimas sin reparar en el tiempo o la energía que empleas.


Y a veces, solo a veces, aparece un tercer grupo. Pueden ser amigos, compañeros, conocidos o nuevamente reconocidos. Es gente que aparece sin avisar, se sientan a tu lado y empiezan a hablar de algo que puede interesarte o puede parecerte la cosa más aburrida, insulsa y banal del mundo. En esta situación, y sin una razón aparente, tu culo no se mueve de la silla donde estás sentado y tu cerebro reacciona sin pedir permiso: entablas conversación, dices cosas sensatas o tontas, interesantes o aburridas. Te muestras, en todo caso, interesado por esa persona que tienes delante y a la que no tienes porqué conocer. La conversación avanza y cada vez te sientes mejor; tú no te das cuenta, pero esa retahíla de palabras te ha llevado a una sensación de bienestar en la que, simplemente, no esperabas encontrarte. La felicidad se expande poco a poco en tu interior: los dolores de cabeza, el examen de mañana, el email que no mandaste,... todas las cosas que ocupaban tu cabeza desparecen en el momento en que esa persona empieza a hablarte de la cosa que menos esperabas, o que más ansiabas. Y quieres darle las gracias, pero sabes que no lo entendería y te callas, porque no te arriesgas a hacer un gran ridículo.

Esto va para esas personas que nos iluminan de vez en cuando. Para ti, que sin quererlo me has hecho feliz, un rato.

1 comentario:

  1. Las personas molan.

    Y la vida está llena de momentos ridículos, sino que aburrida sería.

    ResponderEliminar