Al igual que escribir (y me refiero a escribir cosas de verdad, cosas importantes como acordarse de alguien o querer a alguien o echar de menos a alguien u odiar a alguien), regalar libros es algo... no tengo claro si se está perdiendo o lo estamos echando.
Porque los libros valen dinero y ocupan espacio y se cargan a los árboles. Y no entran en nuestras e-cosas quéfastidio. Pero estoy sentada en la cama, escribiendo esto y hablando de cosas importantes y de cosas banales y alzo la vista y veo estanterías y libros. Hay libros de texto, de consulta, libros de lectura. Hay libros de poesía, ensayo, narrativa; los hay que me han gustado más, y menos. Hay libros con los que he dormido y libros que quemaría. Hay libros viejos y libros nuevos, libros míos y prestados y regalados. Los hay con dobleces, con marcadores, con cartas, con dedicatorias. Hay libros valientes y libros tímidos, y hay lágrimas, risas, enfados y otro montón de cosas que no sabríais aunque estuvierais a mi lado, en la cama.
Digo, y digo bien, que hay libros valientes. Valientes porque han pasado conmigo épocas buenas y épocas malas, me han contado historias para dormir y desvelarme y a veces, cuando estaba atenta, nuevos significados han venido a mis ojos, saltando entre lineas. Pero también porque algunos están marcados de por vida: la tinta los impregna en alguna de sus páginas. Son libros regalados, y dedicados.
Dedicar libros, esa gran responsabilidad. La sensación es parecida a la de acercarse al buzón de correos y depositar, por fin, una carta. Sin embargo, esta lleva más tiempo, y doble mensaje. Porque regalas un libro, y unas palabras, palabras que anidarán en estantería ajena y de las que no podremos volver a disponer. Tengo pocas, pero valiosas, cada una a su manera y todas importantes.
Hay que ser muy valiente para escribir sobre cosas importantes, y más valiente aún para confiarle esas palabras a un manojo de papel y tinta impresa. Pero merece la pena. Mucho.
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