Teorías lingüísticas a parte, no hay que ser intérprete, filólogo o trilingüe para caer en la cuenta de que una lengua expresa un modo de pensar. Cuando de verdad conoces un idioma, te das cuenta de que lo encuentras más adecuado para expresar ciertas cosas y de que la mejor traducción nunca sustituye al original. El carácter elástico de las palabras nos permite la metáfora, la insinuación, el juego: nada más embriagador que una buena conversación.
A mi buzón llegó una carta, ya va a hacer dos meses. En ella, un buen amigo comparaba el momento que está viviendo con una pista de ski nivel avanzado. Me advertía sobre la importancia de caer elegantemente o cómo de importantes se vuelven las pequeñas elecciones tomadas antes de calzarte las botas. Me asusté. La nieve siempre me ha dado miedo y él hablaba de soledad y entereza. Cuando me deslicé por las últimas lineas, me descubrí fantaseando sobre noches de skype, postales con sello foráneo y acrobacias no muy pulidas; ahora sé que llevo dos años en la pista negra. Ya son demasiados días intentando no salirme del camino marcado, comiendo bien para caber en la estúpida malla térmica: estoy cansada. No quiero más equipo que no quiera estar ahí, no quiero hacerme más daño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario